

Por Carlos Arboleda González
¿A dónde has ido, presencia mía, cuando has abandonado la forma que ocupaba mis huellas y mis almohadas? Ahora que ya no estás, y que no cabes en el nombre Heliana, debes poblar un mundo más grande que la atmósfera que respiro, porque siempre he creído que ese ambiente divino lo llevabas con tu amor y tus palabras. Llévame ahora con tu amor transfigurado a todas las partes en las que busco tus huellas y que seguirá visitando por siempre mis aposentos. Sólo te puedo pedir que me dejes agradecer por siempre tu bondadoso y protector amor, que fue mi alimento en esta vida tuya y en esta vida mía. Siento ahora, que te has ido, que eres más grande que cuando estabas viva, aunque tu y yo sabemos que ya no podemos caber en las palabras por hondas y sentidas que se profieran.
Pervive Heliana en María José, Daniel y Camila, tus adorados hijos, la verdadera razón de tu existencia, que recibieron esa chispa incandescente de tu alma enamorada. Porque el amor que les profesaste lo vivías como religión, con la hondura de la madre y la complicidad de la amiga y es que te recordaremos uncida siempre a las palabras: “amor por tus hijos”, quienes, también ahora, con una reciprocidad ardiente, te preservarán para nosotros no solo como un recuerdo, porque tus hijos, que son tu continuidad en esta tierra, fueron vertidos desde el cielo para acompañarnos; ahora ellos tres, te rinden testimonio con su ser, con sus endechas enamoradas, clamorosas y solidarias.
La madre constela su sentido primordial en el alumbramiento, en esa primera iniciación sagrada, porque ella es la puerta de entrada a este mundo y cuando esa puerta se cierra, entonces un misterioso sino hace que sigamos conectados de nuevo a ella por un cordón infinito e invisible y por eso seguiremos unidos al ser amado como hijos y esposos. Tal parece que nuestro destino es nacer, amar, sufrir, hacer sufrir y regresar. El tránsito de la muerte en la guerra es cotidiano y en la cotidianidad, infaltable. Has desaparecido como la flor que se asoma en invierno y luego regresa a su cuna paradisíaca. Pero tú continuarás aquí, en este mundo, especialmente en María José, Daniel y Camila. Nuestros votos son para que permanezcamos unidos en el paraíso familiar que te pertenece.
Te recordaremos en la música más honda, en las canciones enamoradas y sentidas que te hacían cantar a dúo con nosotros y que te hicieron llamarlos hasta última hora para irradiarles tus efluvios de madre y de mujer. Quedamos debiéndote tantas cosas bellas, pero tus hijos y yo, como los que te amaron y adoraron, continuaremos prodigando tus atributos, presencia enamorada de la vida, de la familia y de la amistad. Tu paso por la vida fue flameante, soberbio, romántico y febril. Nunca olvidaste a Dios, ni la plegaria, ni los abrazos, ni los llamados, ni la ternura que asilaste en tu corazón como un tesoro.
Si alguna vez entendí, maravillado y gozoso, el sortilegio de la vida, fue por ti. La muerte es muy triste, pero en nuestra vida siempre hubo algo más hondo, y a ese sentimiento le escriben mis lágrimas con esa tinta trasparente que inundan mis sentidos.
Te quedo debiendo, amada Heliana, la biografía sentimental de tu alma, que es la historia de todos los amores, que será dedicada a Nuestra Señora del Bolero. Tu pervivirás, también, en tus canciones y boleros, con el ansia de un amor eterno y verdadero. Y que estas palabras asciendan a tu empíreo como un perfumado incienso que clama por tu bienaventuranza en las alturas.
Heliana: sigamos creyendo que no es la primera ni la última vez que nos hemos encontrado; el tiempo es inmenso, el recuerdo breve, el instante fugaz y nuestro deseo es hijo del amor, con el queremos derrotar a la muerte, porque siempre estuvimos enamorados. No me dejes llorar de pena. Peregrina hacia Dios, jubilosa, y protégeme siempre porque aprendí a ser, además de tu esposo, casi tu hermano y tu hijo en esta tierra, y ayúdame a escribir tu nombre en todas las páginas que quedarán como una musa, esposa mía.
Digamos, por fin, la última palabra: no es nunca, ni adiós, ni siempre. En el diccionario humano esas palabras no corresponden porque la única dádiva que nos acompaña es la “unción del ahora” y en ella encontraremos la presencia viva de los seres amados, porque como lo han dicho siempre los poetas enamorados de la vida: no debemos buscarnos más en la tumba sino en el corazón de los que nos aman porque nunca dejaremos de hacerlo. Hallaremos tu presencia en el altar de nuestros corazones. En nombre del amor y de la vida, y de tus hijos, hermanos, familiares, amigos, y en el mío, no te diremos adiós, Heliana. Tú seguirás indestructible, indisoluble, aferrada a nuestros corazones, como una luz que nos conducirá hasta nuestro reencuentro celestial.
A todos les pido, finalmente, que la recordemos con alegría y júbilo. Es el mejor tributo que le podemos hacer. Siempre tenía en su rostro una sonrisa. Esa es la imagen que conservaremos de Heliana.