

Por Carlos Arboleda González
Marco Osorio nació en la vereda “Las Coles”, Pácora, el 7 de julio de 1953. Luego de terminar la primaria en la escuela del lugar, no pudo, por su pobreza, irse a la cabecera a continuar la secundaria. Su gran inteligencia, silvestre y descomunal, la orientó, gracias a un amigo universitario de su misma región, a leer toda clase de libros que éste traía de la capital. Siempre prefirió los de espiritismo, hipnosis, quiromancia, el Medio Oriente, la India y, muy especialmente, a Lobsang Rampa. Nunca se perdió un capítulo de Kalimán, la radionovela que escuchó medio Colombia en la década del sesenta. Desde niño soñó con dedicarse a los temas esotéricos. Buscó, cuando cumplió sus 18 años, la manera de vivir en Manizales, pues aquí tenía más opciones para pulir y profundizar sus conocimientos. A los dos años, cuando había leído todos los libros del Banco de la República y de la Biblioteca Municipal, sobre estos temas, se le apareció “la virgen”. El universitario, amigo de infancia, ya un exitoso profesional en Nueva York, dueño de varias propiedades en esa ciudad, le ofreció la opción de irse para Estados Unidos. “Hermano, usted aquí no tiene futuro. Usted es un verraco. Con los conocimientos que tiene y esas cualidades que Dios le dio, en Norteamérica, rápidamente, se llenaría de plata. Yo tengo allí varios locales. Vámonos, yo le financio el viaje y abrimos un consultorio en alguno de mis locales. Le propongo un negocio: 70% para mí y 30% para usted, mientras me termina de pagar los gastos de su desplazamiento. Luego haremos otro acuerdo”.
A los pocos meses ya estaba abierto, en el Condado de Queens, en la Roosevelt con 85 St., un local donde se anunciaba al mejor parasicólogo de los Estados Unidos: el profesor Castelly; al poco tiempo montó el de la ciudad Elizabeth, estado de New Jersey. Ambos sectores con grandes colonias de colombianos y mexicanos. En los volantes que se mandaron a hacer se anunciaba: “Se sacan espíritus, maleficios, se hace volver el amor que se fue, se arreglan o se descomponen matrimonios, se bendicen negocios, se adivinan desgracias. No hay mujer que usted desee que no lo persiga. Se leen las manos, las cartas, el tabaco, el tarot…”. Cualquier trabajo o idea por loca que fuera, el asesor psíquico la ayudaba a concretar. Al poco tiempo, ante el éxito, se sacaron cuñas radiales y de televisión, donde se afirmaba: “Visite, en Queens o en la ciudad Elizabeth, al profesor Castelly, el más poderoso de todos los brujos de Norteamérica. Malabarista, contorsionista, mentalista, parasicólogo, quiromántico, alquimista”. Todos estos títulos estaban respaldados con diplomas que adornaban las paredes de sendos negocios, incluyendo algunos en inglés. Ambos consultorios tenían dos pisos. En el primero estaba la recepción. La secretaria, luego de recibir los US$60, que era el costo de la consulta, inmediatamente activaba un circuito cerrado de televisión, con una terminal en el estudio del profesor Castelly. Entonces él empezaba a estudiar a su cliente, en la medida que iba respondiendo las preguntas relacionadas con su nombre, ocupación, cuestiones económicas, situaciones amorosas, estado civil, la forma como llegó al consultorio, etc. Los clientes eran mexicanos y colombianos, especialmente. El profesor, que memorizaba las respuestas, para no despertar sospechas, dejaba que pasaran siquiera 15 minutos. Cuando subía el paciente se encontraba con una persona muy bien vestida, con cristos, incienso, pirámides y bolas de cristal por todas partes. De entrada, lo miraba a los ojos y le decía: “Usted tiene un problema. No me mire mucho porque usted denota negativismo. Préndase de este Cristo y apriételo muy duro, para que se deshaga de su energía malsana; concéntrese, imagínese que por sus manos salen toneladas de sal”. Y empezaba a descrestarlo con la información que el cliente le había dado a la secretaria. “El nombre suyo empieza por tal letra y termina en tal”. Luego lo acostaba en un diván y le hacía unos pases mágicos, con unas misteriosas palabras que nadie entendía.
Después de hacerle un diagnóstico de cuál era su problema, terminaba vendiéndole una medalla de san Benito por US$5, citándolo para la semana siguiente con el propósito de iniciar, formalmente, el tratamiento que valía US$200, las dos primeras sesiones y US$50 las siguientes. Una vez le dijo a un cliente, que llegó con problemas estomacales, que su maleficio consistía en que tenía una culebra dentro de su intestino. Sacarla le valía US$1.000. A los ocho días llegó el paciente con el dinero. Luego de hipnotizarlo, sacó una serpiente que había comprado para la ocasión. Cuando el personaje se despertó casi se muere del susto ante el tamaño de la misma. Pero el profesor Castelly, luego de tranquilizarlo, le expresó: “Hombre, no había dimensionado la gravedad de su maleficio. Tenemos todavía un problema; logré sacar el macho, pero queda aún en su cuerpo la hembra”. Al día siguiente, recibió otros US$1000 para que terminara, cuanto antes, de sacar ese reptil.
Empezó compartiendo las utilidades con su paisano, el dueño de los locales, de acuerdo con el trato inicial del 70% – 30%. El profesor Castelly vivía muy aterrado, pues su amigo, todos los días que iba a reclamar las utilidades, sabía exactamente cuánto había recaudado, lo que le impedía echarle “clavija”. Al investigar, supo que éste se parqueaba todo el día en un local de enfrente a tomar tinto y cuando salía un cliente lo abordaba y le preguntaba por el valor cancelado por su consulta. Al descubrir la forma de actuar de su socio, se ideó la manera de acabar con este control. Una vez llegó un mexicano, boxeador, de dos metros de altura, a plantearle cualquier inquietud y él lo atendió con mucho esmero. Al final, le dijo: “Mire señor, usted tiene una energía muy negativa en todo su cuerpo, su aureola está invadida de mucha sal. Para quitársela de encima tiene que hacer lo siguiente. Cuando abandone mi consultorio, con la primera persona que se encuentre, que con toda seguridad le va a entablar conversación, apenas ella pronuncie la primera palabra, usted saca la mano y le pega un taponazo, en la cara, con la mayor fuerza que pueda. Inmediatamente usted va a sentir una sensación de liberación, de paz espiritual, de tranquilidad, pues acaba de eliminar, para siempre, la energía negativa y las sales que usted tenía. Y para que no sienta remordimientos no se detenga a mirarlo”. Y efectivamente, cuando el cliente salió, el socio lo abordó: “Oiga hombre…”. No alcanzó a pronunciar más palabras, pues el mexicano inmediatamente sacó un derechazo y lo noqueó. Y siguiendo las instrucciones, no le dijo nada y continuó su camino. Cuando, con la ayuda de la gente volvió en sí, se fue para donde el profesor Castelly, a contarle lo sucedido. “Mire, socio, me pasó algo increíble. Hace diez minutos, saludé a un señor en la calle y ese tipo, sin pesarlo, sacó la mano y me dio un taponazo tan duro que me dejó mirando estrellas, y yo no sé por qué”. El profesor, mirándolo fijamente, le respondió: “Yo sí sé la causa. Usted lo que necesita es un tratamiento, pues lo están hechizando. Quieren arruinarlo. Se lo puedo hacer, gracias a nuestra amistad, por la módica suma de US$200 y ahí no le puedo dar su porcentaje”.
Hoy, el profesor Castelly, viaja por todos los Estados Unidos dictando conferencias, saliendo en programas de radio y televisión y haciendo consultas exclusivas a determinados personajes. Desde hace varios años rompió la amistad con su amigo de infancia. Y los tres consultorios que tiene funcionando en locales propios, son atendidos por sus hijos, los que, obviamente, recibieron entrenamiento de él. Si usted, amigo lector, lo quiere conocer, puede ir comprando los US$100 que vale la consulta y reserve cita, pues cada año viene a pasar Navidad en la vereda “Las Coles”, en Pácora, Caldas, donde ha comprado una finca cafetera.